jueves, 5 de abril de 2012

Carta a la señora Anna Grau

Escribe la periodista Anna Grau en el digital Cuarto Poder un texto que pretende ser la carta de un inmigrante a otro amigo de su país, para explicarle lo que ocurre en España, y por qué la gente sale a la calle a protestar. Bajo el edulcorante de la protección de las empleadas de hogar sin contrato y otros juegos para despistar, se extiende Grau en la habitual monserga con la que la derecha mediática azota sin piedad desde hace meses a los sindicatos de este país. Lo curioso es que lo hace desde un medio supuestamente de izquierdas. Cosas de España, también. La periodista reflexiona, y buscando un culpable nada mejor que hacerlo en un tercero. Si este además ya está en el imaginario popular como el burro de todos los palos, mejor que mejor. Siempre se encuentra a algún lector perdido si se escribe en los lugares comunes por los que se mueve el discurso único. No dice la señora Grau, ni su inmigrante imaginario que redacta la epístola, que en nuestro país hemos crecido tanto los proletarios que nos creímos en la superioridad de no necesitar sindicatos. Eso, en la España de las hipotecas y los coches de alta gama en el garaje, era cosa reservada a los pobres. Nosotros, en nuestra orgía de éxito y créditos personales, éramos un pueblo llamado a metas más altas que la de asociarnos para ser más fuertes ante los ataques de los empresarios, mercados y derecha política. Pero, qué carajo ¿Quién necesita ser de izquierdas? Dado ya el salto a la cima, el obrero de nómina pasó en este país a ser un pequeño burgués que encontraba su sitio junto a los triunfadores del PP. Votar a los rojos es cosa de otros tiempos. Lo que pasa en España, estimada Anna, es que cuando estábamos en medio de nuestro éxtasis la realidad nos devolvió a nuestro sitio. El momento en el que los empresarios pidieron sangre, los mercados pusieron los cuchillos y el Gobierno de España miró para otro lado, sentó a muchos de culo sobre los restos de lo que pensaban era su vida perfecta. Mientras tanto, una legión de periodistas ya se había lanzado al cuello de los representantes de los trabajadores para laminar su capacidad de acción llegado el momento. Otros muchos periodistas miraron para otro lado, y sacaron el librillo de papel de fumar para sujetarse con cuidado su onírica independencia. Así, querido inmigrante, se acabó el Estado del Bienestar en España. Puede que las empleadas de hogar sigan pasándolas putas para que alguien les haga un contrato, porque España no era perfecta. Lo que te aseguro es que a partir de ahora dejarán de soñar con ello. Este nuevo país camina con paso firme hacia su propia inmolación en el fuego de IBEX 35. Lo que no sabe Anna Grau, pero tu sí, es que lo importante es no olvidarse nunca de donde viene uno. Saber que la ilusión ficticia de una casa, o dos, y un buen coche, o dos, no le saca a uno de su condición más débil de la cadena alimenticia que es el mercado laboral. En España perdimos rápidamente la memoria de nuestro origen, para cambiarla  por una paja mental que nos vendieron como un crecepelo barato. Y ahora la culpa es de los sindicatos. Ya...